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Serie crónicas cubanas: “Acere, ¿qué volá?”

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Acere, ¿qué volá? (I): Nuestro hombre en La Habana
Extraído de mi cuaderno de viajes escrito en la primera quincena de septiembre de 2009 durante mi estancia en Cuba:

Nos referiremos a él en estas crónicas como D por cuestiones de seguridad y por dotar de intriga al asunto. D vive en el barrio de Miramar de La Habana. Una zona residencial en el área oeste de la capital, en la que abundan las embajadas de países de todo el mundo, tal vez por eso siempre al margen del mundanal ruido de la céntrica Habana Vieja, con casitas coronadas casi todas por terracitas y donde hay poco que hacer además de jugar al dominó por la tarde. D es mi contacto en La Habana gracias a la ayuda de mi amigo Xavi Riembau que fue el que me puso tras su pista después de conocerlo en su viaje a Cuba de finales del año pasado. D habla mucho pero sus tres temas de conversación básicos se repartirían en la siguiente proporción: el 60% se refiere a la comida que tomará en breve, otro 30% hacen referencia a “cositas malas” y el 10% restante a otras mucho peores. En este último apartado se encontraría ese cuento que es bien conocido en el barrio y que explica como en el 94, en plena crisis de los balseros, un padre, su hijo y el médico de la familia decidieron coger un bote y empezar a remar como posesos y no parar hasta Miami. Cuando llevaban un puñado de millas navegando, les sorprendió una tormenta que desligó la cuerda del neumático auxiliar en el que tenían amarrados todos sus víveres. D nos explica, sin ahorrase ningún detalle y con cierto ensañamiento, como al padre le reventó el hígado que ya tenía algo tocado, no sé sabe si por la deshidratación o por el susto que el incidente les provocó y que ya no se pudo quitar del cuerpo en lo poco que le quedaba de vida. Cayó al mar y los tiburones hicieron el resto ante la atenta y aterrada mirada de los otros dos náufragos. Sólo unas horas después, el doctor de la familia tuvo una alucinación motivada por falta de líquidos y se tiró al mar pensando que la que le rodeaba era agua de la dulce y encima toda para él. Los tiburones que se quedaron sin probar el primer festín tuvieron una segunda oportunidad de probar bocado. No se sabe cómo, el joven superviviente llegó inconsciente a la orilla. Cuando lo reanimaron preguntó con el hilillo de voz que le quedaba si ya estaba en Florida. Los guardacostas salvadores le respondieron que no, que su barca se había desviado con el vaivén caprichoso de las olas hasta Varadero, que es bien cierto que se parece a Miami, pero en realidad es la reserva turística más conocida de toda la costa cubana. Entonces si, casi se muere del susto. Cuando no cuenta historias, la actividad favorita de D es ver películas y series de éxito en todo el mundo, eso si, mientras da buena cuenta de la Nocilla que le envían sus amigos y que se come a cucharadas (“Primero lo blanco y después lo negro”). Un bote de esos le dura lo que una película de metraje medio. Eso, si el amigo de turno que viene de España le trae por lo menos tres unidades. Si no, dosificará los tarros al máximo, como si se tratara de la droga más preciada y cara. Las películas las consigue en una especie de videoclub de esos ilegales al que los usuarios van cada tarde a por la temporada de turno de su serie favorita. De media se tragan una completa en u n día normal, pongamos por caso en plena temporada de lluvias de las torrenciales. Es como una especie de Emule real y a la socialista en el que cada uno de los abonados pone a disposición popular un catálogo escrito a mano en el que se incluyen los títulos que cada uno posee en sus respectivas colecciones de DVD piratas. D aporta al resto del vecindario varias películas españolas como “Acción Mutante”, “El Día de la Bestia”, las tres de Torrente y alguna “comiquita” más pero no muchas… D saldrá en breve a por su película de la jornada, pero antes se quiere asegurar que en el armario de la cocina le queda un culo de Nocilla de dos colores. “Como haya ná más que un poco… tremendo “revulú” (“algarabía”) me espera esta noche pegado a la tele”, comenta a modo de despedida.

La Habana, 31 de agosto de 2012

Acere, ¿qué volá? (II): Colgados del limbo
Hoy es primero de septiembre. El día de la vuelta al colegio para los niños cubanos. Esta mañana me he levantado pronto porque mi cuerpo y mi mente aún no se han acostumbrado al cambio de horario. Veo desfilar impecablemente uniformados a algunos niños que destacan con sus caritas y sus vestidos entre tanta ruina y mugre como nos rodea en el centro de la capital. Está todo roto que diría Gila. Tengo el malecón a cuadra y media. A tiro de piedra, vamos. Lo complicado es cruzar la carretera para llegar hasta el lado del rompeolas y poder sentarme en el célebre murito. Los coches pasan en oleadas y eso que sólo son las siete de la mañana. Una vez lo consigo, diviso las fachadas de los edificios que parecen se vayan a desplomar de un momento a otro y entonces recupero en mi mente una frase de Pedro Juan Gutiérrez que en su “Trilogía Sucia de la Habana” dice algo así como que “Cuba no es el cielo pero tampoco el infierno. Tal vez el limbo”. Puede que lo diga porque de buena mañana la gente ya parece esperar algo. Espera sentada en los soportales. En la calle sentada en mesitas de camping de grupos de a cuatro. La gente espera apoyada con un puro entre los labios en esos balconcitos que parecen suspendidos por chinchetas. Espera hasta el infinito la llegada de un bus. A la entrada de una obra. A mí vuelta de mi paseo matutino me encuentro con la mujer que limpia las habitaciones de la casa donde nos alojamos estas primeras dos noches en la Habana Vieja. En esos momentos empezaba a entonar una de esas canciones que de tan merengue se vuelve deliciosamente empalagosa. Como un bollo de crema mojado en leche después de un ayuno. A las nueve de la mañana compruebo que esa melodía sienta muy bien. Entonces ella repara en mi y me pregunta: “¿Eres español? Pero… ¿español de la misma España?”. Aquí en la capital de Cuba (y más allá) todo el mundo te pregunta de donde eres. Muchos se dirigen a los “yumas” (“extranjeros”) en italiano. En septiembre se han ido casi todos de la isla, pero durante julio y agosto han venido los suficientes como para que cualquier blanquito que por aquí aparezca se le ubique en el país de la bota. Te preguntan de donde viene con ganas, como si esperaran como respuesta una procedencia fuera de nuestro sistema solar. Puede que en realidad sea así. Aunque no tanto. Volviendo una noche de un restaurante de los pegados al Malecón, escucho que uno de los paisanos que me siguen le dice al otro: “Oye, acere, ¿tu sabes de donde son los más garrados de toda Europa?… ni idea, ¿verdad? De Catalunya, hermano. Tarragona, Gerona, Lérida y Barcelona… Tú vas a Barcelona y pides fuego y todo el mundo dice que no fuma para no darte ni lumbre”, comenta el más alto a su compañero a modo de provocación puesto que, unos segundos antes, me había oído decir de donde yo era. Me giro y a modo de respuesta le suelto: “¿Quieres fuego? Aunque soy catalán yo tengo”. Son dos negros grandes del tamaño de un jugador de waterpolo inflado pero con cara de simpáticos. El provocador, el más socarrón, aprovecha que me tiene de cara para explicarle un chiste a su hermano sin mirarme. El de los dos catalanes que después de beber como cosacos (catalanes) en la Bodeguita del Medio se pelean por lo que debe pagar cada uno y lo que no. Entonces deciden resolverlo con dos cubos de agua. El último que saque la cabeza será el que pague la cuenta. Y se ahogaron los dos.

La Habana, 1 de septiembre de 2009

Acere, ¿qué volá? (III): Que le den candela
Si había que estar en algún sitio la tarde del 1 de septiembre ese era sin duda la Casa de la Música de La Habana Vieja. Vuelve la veterana orquesta Van Van. Los número 1 indiscutible de la música cubana en sesión “matinee” en pleno centro de la capital. Se espera tremenda “gosadera” en la catedral de la salsa a partir de las seis de la tarde para acabar poco antes de medianoche. Debe ser algo así como ver a Joy Division en la primera época del The Hacienda de Manchester o a Talking Heads en el CBGB neoyorquino. Será, porque la entrada no es barata precisamente, 20 CUC del ala, es decir veinte “cañas”, la divisa que te dan en la oficina de cambio por tus euros o dólares, también conocida popularmente como peso convertible o “dólar turístico” (al cambio el ticket de entrada al concierto se va a los 17 euros). La cola de invitaciones es tan larga que pienso que esta tarde sólo pago yo. A las siete de la tarde ya no cabe un alma. Una vez sentados en una mesa reservada que nos ha conseguido D con sólo una llamada diviso en uno de los laterales del escenario el logo de Red Bull. Ahora si, ya estamos todos. La noche puede empezar. Hoy cambio el momentazo de cada día, el atardecer caribeño teñido de rosa ácido, por un ambientazo de club como no he visto igual en los de electrónica. Esto está en candela, acere. Arriba de las tablas tampoco se cabe. Once artistas sobre el escenario y otros tantos instrumentos para un recital de dos horas en el que me dice sonará algo de songo, un ritmo afro-cubano de creación propia que ameniza y purifica los frecuentes encuentros entre santeros. Claro que lo que abundará más adelante será la timba, estilo descendiente del son montuno en el que los vientos y metales tienen mucho protagonismo y que los Van Van ayudaron a popularizar con una inusitada mezcla estilística. Desde entonces se han convertido en la única banda capaz de poner en consonancia a todos los cubanos. Cuentan con el favor del régimen y de los opositores que viven en Miami donde han llegado a tocar ante fuertes medidas de seguridad que no hicieron falta. Todo esto en 40 años que cumple la banda en este 2009. Pese a su corte de tipo popular los Van Van han llegado a ser pioneros en inclusiones tecnológicas entre las agrupaciones del estilo en Cuba, por ejemplo en la utilización del sintetizador para dotar de profundidad cósmica a sus directos. Ahora mismo sobre el escenario fluye una cascada de ritmos contenidos que invitan al cimbreo más que al desenfreno. Esa actitud de podríamos volveros locos pero preferimos aguantar el tirón me sorprende y me gusta y se lo comento a Samuel, hijo del fundador de la orquesta una institución máxima como Juan Formell, que nos acompaña en una after-party casera organizada tras las bambalinas y de manera espontánea –o sea muy a la cubana- una vez acabado el concierto: “Queremos hacer música que sea contenida. Que todos los instrumentos tengan su protagonismo, pero sin que eso provoque un todo musical desaforado. De todas maneras, no nos queda otra que atender los gustos del público cubano que, a fin de cuentas, es el que nos sustenta”, nos comenta el vástago a la vera de un Reserva. “Oye, tú qué trabajas en internet. ¿Cómo podríamos hacer para darnos a conocer mejor por todo el mundo?”. Flirteo para mis adentros con la posibilidad de convertirme en el “worldwide manager” de los Van Van. No le respondo. No sé qué decir. Pero da igual porque Juan se ha ido a comentar el concierto con algunos de sus compañeros del grupo que han venido en un taxi que pinchó a la altura de la Embajada de Malasia ya de nuevo en el barrio de Miramar. Sigo absorto. Paso desapercibido el resto de fiesta. Esto está en candela.

La Habana, 2 de septiembre de 2009

Acere, ¿qué volá? (IV): Yo gozando en La Habana, tú llorando en Miami
D tiene un amigo en Miami al que llamaremos P. Me lo dice sin pronunciar una sola letra de la ciudad. Supongo que para que no se enteren los dos carajitos que hemos parado por la calle para que nos devuelvan a casa de D. En Cuba hay cosas muy de interés general que todavía se explican con mímica, medio silbando, se habla como guiñando ojos… D me explica que el gobierno decidió expropiar a su familia una casa con jardín que era un Edén de unos100 metros cuadrados. La finca disponía de piscina, un parking para tres coches, brasería al aire libre, plantaciones de yuca, árboles plagados de guayabas y mangos, cocina experimental en el interior… A causa de una ley que permite al aparato del Estado confiscar todas aquellas posesiones que considere han sido adquiridas con actividades ilícitas su familia se quedó sin todo eso de un día para el otro. Después de aquello su padre perdió el juicio. Ahora le comenta su drama a todo aquel que se le cruce por la calle. Vaga por las calles porque necesita alguien a quien explicarle lo de la piscina, lo del parking para tres coches, lo de la brasería al aire libre… Cuando llegó a Miami, P se dedicó a ser Dj y a pinchar house progressive en algunas fiestas donde de rebote vio pinchar a sus ídolos Danny Tenaglia, a los Deep Dish o al bien pagao de Dj Tiësto. Ahora no tiene dedicación ninguna reconocida, pero aún así le da para venir de vez en cuando a ver a su compadre D y al resto de amigos que siguen aguantando con “bisnesitos” en La Habana. P vive en Miami pero no ha pisado nunca España. D si ha visitado la madre patria en dos ocasiones. De nuevo en su casa, D parece disfrutar los cuentos cuando le habla de las maravillas de nuestro país a P. Explica por ejemplo que en nuestro país existen unos supermercados muy baratos que se llaman DIA en los que puedes encontrar unos preparados para que te cocines un potaje en menos de veinte minutos. D le explica también a P su primera experiencia con una merluza en una pescadería vasca y de cómo tuvo que entrar a la misma para preguntar el nombre de aquella bestia porque en la isla esos peces pican por lo menos tres veces más pequeños. Habla con entusiasmo y cierta provocación hacia su amigo cuando le asegura que en España los caracoles se comen y que él un día de estos se tira al monte a por unos y a ver quién le para. Le sigue estirando el cuento D cuando su anfitrión en el País Vasco le invitó a comer un día a casa de su madre y que una vez en la mesa le animaban a que probara los chipirones, pero que aquel plato que parecía chapapote le repelía y cuando por fin se animó a comerlo soltó un “coooño” que llegó a escucharse en la Plaza de la Revolución. A partir de aquella experiencia D siempre pasaba por delante de casa de la señora a preguntarle cualquier tontería con la ilusión de que aquel día hubiera chipirones y ella le invitara de nuevo. Aprovechando una de sus estancias en España D le pidió a su amigo que le llevara en coche hasta el ayuntamiento de la localidad de Camargo en Cantabria para ver si podía arreglar los papeles y optar a la “repatriación” a la que acceden todos los cubanos con familiares de largo recorrido en España. Parece ser que su abuelo vivió en aquella localidad norteña desde la primera mitad del siglo XX. Una vez presentó nombre en la ventanilla de información la funcionaria que lo atendía se puso algo nerviosa, repitió el nombre del abuelo varias veces y le pidió el pasaporte. Al cuarto de hora le preguntaron si le importaría acompañar a varios miembros del ayuntamiento en coche sin precisar el destino. Algo atemorizado, nuestro hombre en La Habana, responde que si, aunque vacila ante la idea de todo lo contrario. Le llevan hasta una casa donde le recibe una señora sesentona que no para de llorar. “Es tu prima, D”, le comenta uno de los alguaciles. Después de una charla de una hora durante la cual se puso al corriente de su árbol genealógico: “mi madre se murió hace tan sólo dos semanas y una de sus penas fue no haber conocido nunca a sus familiares cubanos”, le explicó su nueva prima ibérica que además le regaló un jamón pata negra y un dinero que D rechazó porque le daba “pena” (“vergüenza”) con ella. Ahora sólo le queda esperar y en dos meses tendrá su pasaporte. Para entonces ya sólo le quedará obtener el permiso de salida a España previo pago de 125 euros. Cuando lo consiga irá y vendrá de Cuba porque en el fondo es un país de “pinga” y ya no es como antes que los que salían ya no volvían a entrar. “Cuando tenga el pasaporte seré como tú, David”.

La Habana, 3 de septiembre de 2009

Acere, ¿qué volá? (V): Tremenda jeba
Una vez se ha roto el hielo con el rutinario, “¿qué tal ha ido?”, la pregunta más recurrente a la vuelta de tu estancia en Cuba, la inevitable cuestión de estado masculina, es aquella que inquiere con risita morbosa un manido, “¿y qué tal con las mujeres?”. De nada sirve que me esfuerce en explicar que por encima de cualquier observación epidérmica tiene que quedar claro que las hembras son las encargadas de mover el maltrecho motor económico de la isla. Son los pistones de la isla, sin duda. Elron cubano hace el resto ejerciendo de gasolina inflamable con la que rociar esos amores coyunturales de no más de tres o cuatro días. Una vez asimilada esta máxima surge, entre los amantes de la antropología de salón que visitan la isla, uno de esos debates, tal vez de los más estériles, ocupado en discernir la diferencia entre una “jinetera” y una prostituta. Típica conversación de barra de bar a la sombra de un mojito desabrido aromatizado con hierba buena y que al paladar parece más cercano al agua con azúcar de toda la vida. Una dicotomía que resulta difícil de aclarar por cuanto la bibliografía que existe en internet es escasa y aquí además todos tienen un cuento diferente para sacarte de dudas. Toca preguntarle directamente a una de las posibles “jineteras” que tenemos a nuestro alrededor con la que realizaremos una prueba de campo que resultará más arriesgada de lo que pensará ese lector confortablemente arrellenado en su silla de trabajo. “Es una cuestión de necesidad o deseo. La jinetera acompaña al turista allá donde quiera que vaya. Entonces a la hora de comer en un “paladar” (“restaurante”) o en la piscina del hotel, por norma pedirá aquello que le apetezca y que ya te adelanto no contendrá ni arroz, ni pollo, ni frijoles… Lo que sería una mujer de compañía. La prostituta acompaña al cliente allá donde va y a la hora de comer en un “paladar” o en la piscina del hotel, por norma pedirá aquello que sea… más caro. Lo que sería una mala compañía”, nos comenta una de las entrevistadas previo pago de una cerveza (que en breve podrían ser dos) y un paquete de tabaco de la marca Hollywood Red que se antoja corto comprobada la voracidad consumista de la susodicha. Aquí la actitud “pagafantas” si que es una inversión buena y además segura. Te asegura réditos en un futuro no muy lejano. Claro que todo siempre se piensa a medio plazo, porque tanto una como la otra, siempre estarán a la espera de que un día de estos les caiga del cielo un buen “papirriqui con guaniquiqui” (“un pollo con mucha pasta”). Por lo general, el blanco perfecto de esa búsqueda es el “yuma” (“el que viene de fuera”). Así las podrás ver apostadas en las entradas de las discotecas y de los hoteles donde esperaran con paciencia y poco disimulo al incauto. Para un tipo pusilánime como yo parece que llevan inscritas en la frente un aviso que advierte de lo que podrían ser futuros “PROBLEMAS”. Y es que en Cuba son ellas las que atacan y piropean dejando al sorprendido macho ibérico, amigo de las buenas costumbres y las formas clásicas del cortejo, descolocado y sin saber qué decir. Como se suele hacer por aquí, de buenas a primeras te preguntarán si hace mucho que estás en la isla. Tú debes decir que si, que mucho, lo máximo que se te ocurra. Otra cosa qué debes saber de urgencia es que si eres turista y extranjero, por narices tienes que ser rico si vienes a Cuba. La compleja realidad cotidiana del país impide a la “jinetera” entender ese retrato robot del turista de chancleta que en España si tuvo mucho que ver en el desarrollo de nuestra hostelería costera pero que aquí se torna invisible por cuanto no sirve para nada. No entienden aún que Cuba se haya convertido en una especie de Tropico Low Cost al alcance de turistas de medio pelo como yo. Aún así, aquí las putas, o mejor dicho, las jineteras, son muy baratas. Por eso se han convertido en santo y seña de ese desenfreno tropical al alcance de cualquier “mileurista” del otro lado del charco. Por lo general no hay tarifa previa, pero la “manutención” exigida a la hora de la despedida serán unos veinte CUC -17 euros al cambio- lo que no está mal para un encuentro que puede durar dos horas o toda la noche según se lo trabaje el cliente (si el amante de ocasión es divertido, de nivel medio en la cama y tiene el bolsillo alegre, entonces un nuevo encuentro llegará sin que lo esperes). Lo que no saben muchos de estos extranjeros de camisa floreada –la mayoría se dan cuenta de ello cuando es demasiado tarde- es que la mayoría de mujeres aquí son hijas de Ochún, son por tanto propiedad de la Virgen de la Caridad del Cobre. Lo que quiere decir que son bonitas, cariñosas y fieles, hasta que les cae encima ese instinto animal de arañar sin mirar al de enfrente, sin reparar en quien se lleva el peor tajo. Son gozadoras y lujuriosas hasta que ese espíritu de alas negras que revolotea siempre por encima de la mujer latina le hace cambiar el rictus de golpe. Es entonces cuando por una fuerza que, ni tú ni yo blanquito del carajo podemos entender, se volverá cruel hasta el paroxismo. Una de las mejores descripciones de lo que sería esta super-mujer latina la encontramos hacia el final de la película “El lado oscuro del corazón” de Eliseo Subiela que aprovecho como culmen de este obligado panegírico sobre la feminidad cubana.

“Mírala, ahí está. La gran hembra latinoamericana. La que es capaz de tragarse a un hombre por la boca y parirlo de nuevo cuantas veces quiera. La reina de las tierras no contaminadas. La que es capaz de alejar a las pestes urbanas con la leche de sus ubres sagradas. La que no huele a esencia de free shop sino a los líquidos de la vida segregados por distintas vulvas rosadas como frutos tropicales”. “El lado oscuro del corazón”.

La Habana, 5 de septiembre de 2009

Acere, ¿qué volá? (VI): De entre los muertos
Angelito es un mulato bien parecido. Alto y de ojos verdes. Su mayor encanto le sale de la lengua. Lo que dice, viene del más allá. Sus ojos verdes se humedecen cuando habla y entonces es como si entrara en trance. De pequeño sus padres ya pensaban que el joven Angelito tenia de celestial algo más que el nombre. Me explican sus allegados que su mayor cuota de popularidad en el barrio la consiguió hace un año cuando logró sacar de la cárcel a un amigo al que le iban a caer 20 de prisión por una causa que parecía perdida. Todo lo bueno que lleva dentro lo consigue divulgar Angelito por correa de transmisión divina. Y es que Angelito desde bien pequeño puede hablar con los santos. Mejor dicho. Consigue que se reporten todos aquellos muertos que se quedaron a medio camino del cielo y se comuniquen con los que todavía tenemos los pies sobre la tierra. Hace dos noches coincidí con Angelito en la mesa del bar de uno de los hoteles donde nos dejamos caer habitualmente. Los ronsitos son baratos y dependiendo del camarero hasta muy buenos. El santo me pilló desprevenido y llegué a levantarme como un resorte de la silla una vez ante ese pico de oro que en vez de recitar poemas de José Martí te dice a la cara, y sin pestañear, las verdades de tus miserias. Como si te hubiera parido. Es imposible de esta manera sustraerse a ser más santo y así pues accedo a ir a su casa. No me cobrará nada. Una manutención no más, se entiende. Me lleva hasta la zona norte del barrio habanero de Playa Miramar un español de Canarias que hace veinte años que reside en la isla y que desde entonces vive de “la vida contemplativa” (sic) aunque a decir verdad luce un “peluco” mejor que el mío: “Uno de mis mayores placeres aquí en la isla es ir al lavabo un domingo sentarme en la taza y leer el Marca o un ABC aunque no sea del día que toque”, resumen ilustrativo de cómo vive el tinerfeño la ya casi eterna marginación del país respecto al resto de la realidad planetaria. Y la realidad ahora mismo es que no sé donde voy pero que voy. Ya en casa de Angelito me doy cuenta que es pequeña. Pero es de propiedad y eso la hace más grande aún en esta ciudad. Digamos que es una habitación menuda y que puede que parezca más chica porque está atestada de representaciones simbólicas entre las que destaca la presencia de Ambrosio. Es el santo que funciona como ordenador central de todo el entramado de espíritus que nos rodea y que Dios me perdone por la alegoría cibernética. Ambrosio tiene forma de muñeco pelón y con una raya pintada de negro por ese contorno desde donde deberían salir unos ojos que lucen por su ausencia. Me produce un efecto muy parecido al de las muñecas de porcelana esas que todo el mundo tiene en casa y que nadie soporta. Pero lo tengo en frente. Escribo estas letras y hay algo que aún me tiembla. Angelito se sienta a su izquierda en una silla baja que es insuficiente para que estire sus piernas. Me recomienda que apunte todo lo que yo le diga para que no se me olvide nada en los días que me quedan en la isla. Me mira a los ojos y empieza a recitar esa verborrea imparable que todo lo puede y al que está ahora delante mucho más. Bebe de una botella de ron y escupe los primeros buches al suelo que son los que les tocan a los santos. Y entonces hablan todos a la vez: “La gente piensa de ti que tú estás loco pero eso no es verdad, David. Tú no estás loco”.

La Habana, 10 de septiembre de 2012

Acere, ¿qué volà? (y VII): Aché to
Hay muy pocas cosas que hacer en el barrio de Miramar de la capital cubana una vez se marcha el sol. Por muy sábado noche que sea. Y menos si hoy ha muerto el considerado número tres de la revolución cubana, el primero que no es familia de los Castro, el muy condecorado comandante Juan Almeida Bosque. Miembro activo del asalto al cuartel de Moncada en 1953 con el que intentaron, él y otro barbudos entre los que se encontraba Fidel, acabar con la poltrona del dictador Fulgencio Batista. Fue un militar de esos chapados a la antigua y con inquietudes por la literatura y la música. Compositor de innumerables boleros como La Lupe que escribió durante su exilio en México o Dame un traguito(“Dame un traguito ahora que nadie mira/Dame un traguito ahora que me da pena/Dame un traguito ahora que estoy contento”) y creador además de una de las máximas del movimiento revolucionario: “Aquí no se rinde nadie” que además se puede leer en muchas de las vallas propagandísticas que salpican el país. Así que en mi última noche en La Habana me voy a quedar sin final de fiesta porque está todo a media asta. Es jornada de luto nacional. Todo el día y toda la noche. La cosa se pone ruda cuando voy a despedirme de D y tampoco está. Su vecina de la planta baja, la que tiene un hijo en Canarias que le llama desde hace semanas, no ha visto a D en todo el día, así que es probable que se haya ido de fin de semana. Dirijo mis pasos al hotel de casi todas las noches, más con la esperanza de que por el camino me pase algo, que de llegar realmente a su bar. Aquí en Cuba siempre pasa algo. En eso estaba pensando cuando de repente advierto unas percusiones algo brumosas pero que estoy seguro salen del otro lado de la plaza por la que ando a oscuras. En concreto de una casa de estilo colonial con pasillo largo largísimo que lleva a un patio interior y en el que se sientan dos niños que parece esperan algo. Les pregunto qué es lo que se celebra dentro, con la intención de que me inviten a pasar. “La fiesta de los tambores”, me responde uno de ellos muy tímido. ¡Los tambores! Se escuchan al fondo del pasillo y desde mi posición se intuye gente bailando y riendo. De repente salen de la nada una mujer negra y grande y su compañera mestiza y esquelética. Se sientan al lado de los niños y acto seguido la primera mujer pone los ojos en blanco y empieza a mover la cabeza de manera espasmódica. No hay quien la pare. Parece que al menos su cabeza echará a volar. Yo lo miro todo desde una distancia adecuada tanto para no perderme detalle, como para echar a correr y pies para que os quiero si esto sucede. Aparece de la misma nada que antes un chico alto y corpulento que decide llevársela arrastrando para que le de el aire. Dejan entre todos la puerta despejada y es momento de aprovechar la oportunidad que me brindan los santos. Llego hasta el patio interior y efectivamente la fiesta está en candela. Uno de los percusionistas gira la cabeza como si tuviera ojos en el cogote y me hace señas para que pase y me convierta de paso en el único blanquito del encuentro. Hoy es víspera de la Caridad del Cobre declarada Patrona de Cuba en 1916 por El Vaticano –su equivalente santero es Ochún- y los allí presentes lo están celebrando como el día más importante para todos los orishas (descendientes de los negros que llegaron como esclavos a las Antillas). Durante cada secuencia musical, a veces febrilmente tribal, siempre energizante y sobretodo vital, es normal que uno de los danzantes, por norma el más entregado, reciba en su cuerpo la visita del santo con violentas sacudidas para que deje de ser suyo. Cuando esto sucede, los tres percusionistas paran de tocar y se secan el sudor, la anfitriona de la casa introducirá al escogido al interior de la casa donde se le tranquilizará, mientras el maestro de ceremonias se dirigirá a la parroquia en lengua yoruba (lengua con raíz en el África occidental de donde provinieron los esclavos trasladados por la fuerza al Caribe) para avisar al resto de danzarines de la buenanueva. La mayor parte de los presentes fuman grandes cigarros. El tabaco aquí es sagrado. El ambiente parece tranquilizador entre tanto Dios africano como nos sobrevuela. Es probable que esté por aquí Obbatalá, oricha mayor que llegó a la tierra para reinar de manera misericordiosa, pacífica y armoniosa. Aunque me informan que aquí en la isla el que campa a sus anchas es Changó con el mayor número de virtudes e imperfecciones que cualquier deidad pueda cosechar en una misma personificación. Por un lado, trabajador, valiente, buen amigo de sus amigos, por el otro, mentiroso, mujeriego, vengativo y jugador. El espíritu que hace de todo el Caribe en general una tierra muy distinta a esa imagen de playas con palmeras y arenas tranquilas bañadas por aguas de color turquesa que venden los mayoristas de viajes internacionales. La otra cara de la isla se hace estímulo en esta noche oscura de luto nacional. El luto para mi empezará oficialmente mañana a unos 12.000 pies de altura. Hasta la próxima Cuba. Aché to.

La Habana 12 de septiembre de 2009.


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